En este viaje por el mar del Ser no hay puerto que no conozca y del que no dude. El borde de la costa, sus fieros acantilados me gritan como advirtiendo: "alejaos, esta isla no es segura. Pende de un sueño hacia la nada. No hagáis preguntas y alejaos." Porque algo hay de sagrado en dudar de la existencia de las cosas, en formular preguntas que mejor a veces no encontrarles respuestas; sin embargo, los navegantes de nuestra generación aún tenemos la valentía de preguntar por todo y buscar respuestas no siempre gratas ni fáciles. Siempre tras la búsqueda de un tesoro escondido en el fondo de un cofre.
Estos pensamientos nacieron y son hijos del instante, del aquí y ahora, empapados de cierta intimidad y de azar en su inmaculada concepción. Por supuesto, no pretendo convencer de nada (pues, nada es todo o demasiado), sólo quisiera sugerir la mínima expresión de un pelágico krill. El navegante surca los siete mares, pero gusta de escuchar a ratos (para endulzar su indagación) el canto de los delfines y esas leves estelas que dibujan sobre lo efímero y las tatúan, tal vez, en sus torsos de lobo de mar para mostrarlas cuando atraquen en puertos de islas inverosímiles. Nunca se sabe cuándo y qué y cómo, ni por qué...
Nihil Scitur
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