Es Platón, no es posible. Tal vez, podría haber sido Diógenes, el paria de la Filosofía. Pero, ¿Platón? Él es el aristócrata de los filósofos. Está pidiendo limosna en Antón Martín, esquina con Atocha, en el siglo xxi echado en el inmundo suelo, viejo y barbialbo, en cierto modo, vestido a la manera que lo es el Caos en aquel Universo paralelo, con el azar en forma de cigarrillo consumiéndose (más bien, colilla muy apurada) y la mirada profunda del que mira pasar a la muchedumbre como sombras chinescas, que parecen inverosímiles briznas de hierba que lleva el viento desapacible.
Le echas una moneda de cobre y, como el buen desconfiado de la realidad (la que te regalan embalada en papel de colores o la que te inculcan a fuego o la que te quieren “proponer” como la única posible, el pensamiento único), la muerde por si acaso “no es lo que es”: muy propio de él y de su naturaleza inquisitiva.
Platón quiso hallar la verdad y anduvo tras ella, o ¿no? Porque según Cicerón él era “inconstante”: en el sentido de querer hallarla pero, a la vez, por el carácter huidizo de la pieza o a consecuencia de desvelarla y reconsiderarla de nuevo, le venía la insatisfacción del cazador que sólo gusta de perseguir al faisán en vuelo y luego de cazarlo a red dejarlo, otra vez, vivo y libre. La luz no se puede encerrar en una jaula, ni aun siendo de oro. Si era “inconstante” o, de alguna manera, “errante”, lo era por su amor a la verdad. Fuera la que él extrajo del amasijo plural de este mundo, o no. Acertara o especulara sobre la base del error. Eso es una cuestión baladí. Sobre todo, importa el esfuerzo de sinceramente quererla.
En nuestro tiempo la verdad no importa, es superflua y hasta un lujo para “inadaptados al sistema imperial globalizador”. Desde luego que no es rentable. Renta la falaz retórica de los que asientan sus posaderas en el Poder y la Mentira. Importan las verdades a medias o las “verdades” contadas por tus enemigos por no sé qué razones o complejos, para no sé qué inconfesable intención.
Ahora comprendo por qué Platón anda pidiendo limosna en Antón Martín, esquina con Atocha, en un Madrid, en una España que han creado a su imagen y semejanza los que hoy gobiernan a veinte y uno de febrero del dos mil cuatro en la era de la náusea y el asco.
Un ateo irredimible, como el que escribe, diría: si éstos siguen gobernando, Dios nos ampare, y así lo digo, firmado y sellado para quien quiera escuchar, y para el que no quiera que (en aras de la libertad de expresión) evidentemente esto lo mande a la mierda en el carro celeste de Apolo hacia lo insondable, o al oscuro y frío reino de Hades y en el Elíseo sea el alimento de los muertos de esta última guerra de Irak.
Nihil Scitur.