Si Jesucristo levantara la cabeza, echaría a la Iglesia de San Pedro del Templo por mercaderes, por adorar el Poder (en sus diversas manifestaciones) como el becerro de oro: es evidente que les aterroriza perderlo de una u otra manera y también perder sus vías de financiación y su influencia ideológica. Seguramente se convertiría en un hereje o cismático a los ojos de los papistas y papanatas de derechas o dogmáticos afines, o, en su caso, si aceptaran su pontificado (a regañadientes, al fin al cabo es el “Hijo de Dios”) la primera decisión política sería, por ejemplo, la constitución de la penitencia que Las inDistintas Iglesias Cristianas deberían cumplir por los desmanes históricos que han cometido, sus errores tan horrendos, sus posiciones ideológicas que se alineaban con el poderoso, el dictador, el capitalista, con el Poder y la Guerra, no basta con (además de) pedir perdón. Sería la venta de todas sus propiedades y bienes y repartición ¡muy desprendida! entre los pobres o para causas aledañas y políticas sociales (verbi gratia, sus colegios y universidades privadas sean gratuitas y no sólo para la élite, el opus dei o los pijos orantes). Comiencen de nuevo en sandalias de pescador; daría, sin duda, para mucho y ganarían mi respeto e, incluso, hasta podría recuperar la fe. Se me ocurre, entre otras muchas acciones que podrían realizarse, por ejemplo, la distribución de medicinas contra el Sida y de preservativos a lo largo y ancho de África y Asia y resto del inframundo, de donde nacen las voces rotas de los ya muertos o que pronto morirán por carecer, con el conveniente apostolado de higiene que enseñarían las puritanas y damas pías reprimidas e intolerantes poniendo la goma en un plátano, sepan que eso es verdadera caridad; casar en la misma plaza de San Pedro a mil parejas homosexuales y bautizar a sus hijos adoptados o no y así festejar cristianamente los millardos de formas de expresarse la Vida y el Amor; con auténtico vigor denunciar la guerra, la injusticia social, la pena de muerte, pero verdaderamente, con el corazón en la mano al más alto precio, es decir, con acciones meridianas y claras y militante, sin miedo a perder la financiación, y NO con discursos vacíos y ángelus y rosarios y vigilias a la Virgen, en fin, trabajando a pie de campo, en la vanguardia, mojándose hasta el cuello, del lado de los pobres sin componendas para despistar... Y en tono menor les pediría, también, que no repitan tan a menudo “sea lo que Dios quiera” o “así lo quiere Dios” o “hágase su voluntad”, y se vayan luego a tocarse los cojones con la Mística de turno. Tomen partido, pero no tomen el del que posee, sino al contrario, el más natural al cristianismo, el del partido del que no le permiten ser ni poseer. No vale estar en los dos lados porque sabrán que uno de ellos se nutre del otro desnutrido y ya basta de falsedad e hipocresía y caridad inservible. Se impregne la Política de Caridad y viceversa. Es decir, Amor y Política.
El que tiene oídos para oír, oiga. San Marcos, 10:25. “Más fácil es pasar un camello por el ojo de una aguja, que entrar un rico en el Reino de los Cielos”.
Sería la Ironía del siglo, que no entrara la Curia Vaticana...
Nihil Scitur