Sólo hay un momento de auténtica soledad en su vida, y es sólo en aquel instante cuando recuerda Dersu Uzala a los que ha perdido en el camino. Se retira a la orilla del río y canta, y casi sollozando de nostalgia ¿o es el viento resonando en las hojas? Sin embargo también ríe la dicha que fueron aquellos rostros que ahora durante un segundo se reflejan en las aguas que corren como en fuga. Adiós, adiós. Ni tiempo da...
Digo "sólo" aquel momento porque el resto de la vida en torno suyo de nuestro Dersu está llena de "gente". El río mismo, los árboles son gente. El ciervo es gente. El fuego es gente. El sol, la luna son gente. La taiga es gente. Todo es vida, todo es gente. La soledad diría que es "apenas" existente en su mundo... Sólo es quizá un sobresalto en la vasta taiga por el natural de la pérdida, esos irse y no volver nunca. La emigración perpetua. Las aves que no retornan a casa en primavera. Las nubes en movimiento.
Aquellos fotogramas de Akira siempre son, en fin, entrañables para mí y con los que comulgo en cuerpo y alma, los que verdaderamente me enseñan una lección. De humildad, de bondad, de amor. De saber "estar" en mitad de un desierto, en mitad de tanta gente, y sobre todo de saber "ser" en mitad de este lodazal paradójico y confuso y asimétrico del mundo.
También me pregunto por qué escribo esto en las vísperas de la Nochebuena. Sí, que lo sé. También lo saben ustedes. Como Dersu Uzala me retiro a la orilla del río y canto en fechas tan importantes que fueron para mí, que hoy son de serena tristeza. Y hablo con las rocas madre, con el sol bebiendo el perfil de la montaña, con el cielo limpio, luego pletórico de estrellas. Converso y canto. Ejercito la memoria en el juego de las diferencias. Ayer, quién. Hoy, quién falta en la foto de tu vida. Los que me abandonaron. Los que se fueron y/o me olvidaron. Los que olvidé, debo confesar. Los que desaparecieron sin más disueltos por el ácido del tiempo y de la sin razón. Tu memoria misma es un cofre del tesoro y en el que guardas todo lo que has ido recopilando tú, filósofo errante, en tus travesías por los 19 mares y otros 3 pequeños océanos por conocer; y lo que en los últimos tiempos por azar desembarcando en puertos de paz encuentras. De manera especial: como aquella isla en la que por arte de birlibirloque y encantamiento durante un instante cesa la ventisca sonora de tu soledad junto a sus habitantes: con los que tomas el té inglés de María y con los que conversas de nada y de todo. Es buena gente y de buen corazón y nunca, no cabe duda y huelga decirlo, les agradeceré lo suficiente la compañía y la hospitalidad que me dispensaron, y el cariño que me procuraron siempre y, aunque nunca más retorne a las orillas de aquella isla entre altas montañas y bosques frescos de humanidad porque las tormentas a veces me derroten [a otras venturas y retiros]: les tendré en el mejor lugar de entre los anaqueles de mi memoria en la misma sección bien iluminada: donde atesoro la visión del sol de medianoche reflejándose sobre el lago, o la belleza de la bravías costas de Finisterre después de un largo camino cuando tentaba el cansancio y la derrota.
[Escucho ahora el golpetear del pájaro picapinos en mitad del bosque, ¿no lo oyes? : ...Todo es alrededor gente y se manifiesta en las pequeñas cosas, en los gestos apenas entrevistos o advertidos, en el encuentro de miradas. Tú mismo eres muchísima gente junta. Debes saberlo. No olvides...]
Nihil Scitur
]
