Hay una ley que varía según y cómo y cuándo: que lo justo y equilibrado, la Justicia es inversamente proporcional a la crueldad, el dolor y el odio remanente y reflujo que desaloja una guerra. Hay una ley no escrita que manejan “los que cuentan el dinero a mansalva” y “los que empuñan un arma de fácil gatillo” y “los que dejan caer bombas (inteligentes o no) que matan a mogollón indiscriminadamente” y dice que los vencedores disponen a su antojo del botín de guerra, de convertir la mentira en verdad, de llamarse a sí mismo liberadores y no asesinos, de juzgar al vencido, incluso hasta la humillación, de pasar por santos varones y héroes sin mácula: pese a la desmesura demostrada, a la abiertamente y descarada transgresión de valores y leyes internacionales aún colgando temblorosamente del árbol de las Naciones Unidas [y de las que no quedarán ni los despojos como no se apuntalen jurídicamente contra “la guerra interminable” emprendida por Bush, los republicanos USA y “sus amantes y putas fieles en otros puertos”.
Hay una ley de leyes (que manejan los desalmados) y dice que dejar pasar hambre a millones de personas de todas las edades, géneros y razas durante diez años (en Irak, por ejemplo) y enfermedades y calamidades varias y generar más odio en una parte del mundo ya de por sí convulsa con esta guerra estúpida y sanguinaria: es, según ellos, necesario. Necesario, ¿para quién o quiénes?
Me pregunto (¿no se lo preguntan ustedes?) que quienes manejan esas leyes ¿no deberían estar encerrados en un manicomio atados con una camisa de fuerza y muy lejos de mitras prestadas, birretes, togas senatoriales, báculos y cetros, armas y troneras, tronos, poltronas regias o de poder, cualquiera que sea su manifestación terrenal?
¿No se lo preguntan ustedes?
Nihil Scitur