Cada año por abril a mayo anidan en el hueco cajón de la persiana de mi casa una pareja de vencejos. Reconstruyen el nido, se reproducen y canturrean o chirrían según gustos. Podemos oír en su interior los movimientos tácticos que despliegan para consumar sus fines, pero no podemos verlos. No hay animales más aéreos que éstos, incluso sus patas apenas les sostienen, es decir, se me antoja que por ser tan aéreos, son generosamente espirituales. Sólo se posan para esos menesteres de parir y empollar los huevos, alimentar a los menesterosos polluelos que succionan con avidez la vida. Luego se marchan hasta el año que viene...
Siempre he pensado que el vencejo es mi tótem. Cada vez tengo menos ganas de pisar el suelo y contemplar el sufrimiento que provoca el sistema: el que se tolera y se permite, o incluso se alecciona y justifica con un "es natural, así es la vida", sin escrúpulos; y no crean que sucede lejos de nuestro círculo (en gama y gradaciones según las manchas o huellas que dejan esas putas acciones en el lino blanco: de mierda parduzco a sangre seca). El capitalismo procaz en sí mismo es un refinado y consentido torturador, y que trabaja minuciosamente a la manera que asaron a fuego lento a San Lorenzo encima de una parrilla. "Después de un rato de estarse quemando en la parrilla ardiendo el mártir dijo al juez: Ya estoy asado por un lado. Ahora que me vuelvan hacia el otro lado para quedar asado por completo. El verdugo mandó que lo voltearan y así se quemó por completo. Cuando sintió que ya estaba completamente asado exclamó: La carne ya está lista, pueden comer."
Me parece que en mayor o menor medida la atmósfera de esta sociedad amnésica huele a carne quemada. Unos están asados de un costado o poco hechos, otros completamente de ambos lados y listos para ser canibalizados por los depredadores, que manejan la moral floja de las cucarachas, las que sobrevivirán, las que se enriquecen a expensas del pez pequeño, a expensas de los suburbios del Norte plutócrata.
¡Bon apetit!
Nihil Scitur