Porque las palabras salen a cada apurado latido, a trompicones, como la sangre derramada. Porque nunca jamás el teletipo ha padecido tanto mientras escupía primero el silencio, por lo inesperado y brutal, luego el infierno, frase a frase, que vivió un Madrid hoy desolado.
Una gran mancha de sangre en Madrid, casi un río. Un océano de dolor y conmoción e inhumana sorpresa. El número de 12 bombas explotan y dejan un saldo de vidas absurdamente arrancadas que no tenían precio. Trabajadores que viajaban en trenes de camino a sus respectivos trabajos. Número provisional de muertos: 200. (Locura + locura) = la cordura de la sinrazón. La paz es un fin honorable que deben perseguir al menos dos o más de dos: es un axioma matemáticamente infalible. ¿Por qué matan éstos? No lo sé. ¿Por qué bombardean y matan los otros? No lo sé. Yo soy, en Madrid, a 12 de marzo de 2004, el poeta perplejo que mira como pierden la vida seres humanos aquí y allá y de no importa qué género, raza, nacionalidad o diferencia que se les ocurra. Es inútil decirles a los unos y a los otros que la paz es posible y que la vida misma posee un valor incalculable: No escuchan, ni se oyen, ni se quieren.
Nihil Scitur